Estás acostado en el centro de tu cama, miras el techo, le descubres no sabes cuántas manchas, formas que nunca habías visto, grietas. Será que otra vez no vas a dormir, será cierto?
Son las 12:15 de la noche, sales de la casa y empiezas a caminar hacia el centro, sólo once cuadras te separan de la catedral. La calle esta silenciosa, después de las 10:00 se pone como cementerio, como pueblo fantasma, sólo los perros callejeros te salen al paso para ver si tienes compasión y te los llevas a tu casa; más bien quisieras que fuera al revés, que te llevaran con ellos a vivir una vida de vagabundo, que te hicieran hombre libre.
La policía otra vez pasa muy despacio con sus farolas apagadas, te miran retadoramente a ver si te pones nervioso, pero no traes broncas y además, en esos momentos nada podía ponerte nervioso. Se fueron, dando vuelta a la izquierda en la siguiente esquina, tú seguías tu camino, tratando de ver en que lugar podrían ofrecerte unos tragos de peligro.
Llegaste hasta la plaza de los mariachis, nada. Qué penosa la plaza de los mariachis en Guadalajara, qué fétida y podrida, qué espanto estar ahí, casi como dormir en la misma cama con un cadáver de tres días, piensas. Por qué estás ahí, ¿para verificar que otros de verdad tienen una vida peor que la tuya?, ¿para sentirte un poquito mejor bajando de vez en cuando a oler la mierda y así darte cuenta que tus problemas son solo problemas de niño consentido y emberrinchado? o será que ibas ahí porque pensabas que alguien podría hacerte el favor de ‘mandarte al otro barrio’ por culpa de un descuido, una estupidez, como tumbarle el trago por accidente a un borracho aprendiz de narco.
¿Qué estabas haciendo ahí siguiendo los pasos de tus consejeros del infierno? Pero es que, ya nada importaba, no te dabas cuenta de la suerte con que contabas al tener la vida que tenías. Sí, un tanto accidentada, pero te gustaba el drama, te gustaba pensar sólo en polaridades, en principios y en fines, sin matices, y eso no ayuda cuando se trata de sobrevivir al desamor, a esa herida en llamas que parece nunca se apaga.
Te fuiste de ahí caminando por la calle de Obregón, subiendo, dirían los propios de guanatos y seguiste mirando los aparadores de la galería nocturna: niñitas de escasos 14, 15 años prostituyéndose ‘güerito que vas a llevar, acá es donde está buena la fruta mi amor’ ahora son otros perros los que te escoltan, te impresiona la fidelidad o más bien la necesidad que tienen porque se le pegan a cualquiera, incluso a ti.
No sabes como llegaste al lugar, desde luego oscuro, con luces a medio morir, olía a orina vieja con naftalina, la barra parecía el mejor sitio para sentarse. Y empezaste tu ritual de auto flagelo, vodka tonic, por favor. Después de tres vodkas el lugar empezó a tomar cierto color, el olor a naftalina y drenaje desapareció, la oscuridad ya no lo parecía tanto y como que empezabas a relajar el cuerpo y el corazón se sentía un poco menos constipado, parecía que lo lograbas, eran las 2: 17 de la mañana y todo sereno.
Sábado en la madrugada, preguntaste que a qué hora cerraban, te dijeron que a las 2:30 pero como era fin de semana la policía les daba chance de cerrar más tarde, claro que pagando la cuota todo se arregla, te explicaron, pero ya estamos cerrando joven, el último? aceptaste y a la vez pediste la cuenta.
En ese momento se acercó a la barra un señor de unos 50 o 55 años calculaste, a pedir un trago más y también aprovechó el viaje para platicar contigo, pero más que hablar como que murmuraba cosas incomprensibles, como si te estuviera hablando en mitad español y mitad caló con arameo. Su aliento olía como si llevara bebiendo 10 años consecutivos, no lo dudaste, de hecho, se le veía. Un tipo bajito, viejo, alcohólico, que estaba ahí, acaso por las mismas razones que tú, no te interesaba.
Pero el estaba esforzándose para que sí te importara su vida apagada y mediocre, porque hasta entre los que quieren tocar fondo hay niveles, no todos sufren de la misma forma. algunos como tú piensan que su dolor existencial es el único.
El hombre insistía que le pusieras atención jaloneándote del brazo, poniendo una mano en tu hombro, tú trataste de ignoralo, intentaste soportar sus embates inoportunos con serenidad y prudencia, pero no querías escucharlo ni ser el paño de lágrimas de un borracho que ni sabías quién era ni de qué estaba hablando, completamente perdido, ahogado, dirías tú.
Apurabas el trago para irte y el señor se dio cuenta, porque pareció que se sintió ofendido; qué, ya te vas, no quieres platicar conmigo, qué te crees mejor que yo, TE CREES MEJOR QUE YO levantaba la voz, el cantinero le dijo al hombre que se calmara y dejara de molestarte; de cualquier forma ya iban a cerrar. El tipo dijo que no quería irse y que le dijeras por qué te creías mejor que él, que sus historias debían importarte. Tu expresaste un seco déjeme en paz, no me interesa lo que me diga, y no, no me creo mejor que usted.
En ese momento el hombre sacó una pistola que traía guardada en los pantalones, y te la puso en la boca del estómago, para sorpresa de todos, del cantinero, de los meseros. Yo te voy a enseñar a escuchar a las personas pinche pendejo, a que ahora si me vas a escuchar, no que no…
Sentiste un sensación entre frío y calor, junto con unas ganas imperiosas de vomitar, mientras, el hombre seguía empujando la pistola contra tu abdomen. En dos segundos reflexionaste sobre todos los errores que habías cometido en tu vida, estar ahí fue clasificado como uno de los principales. Por primera vez en muchos años pudiste apreciar con claridad la línea de peligro donde te habías parado tantas veces.
Todo quedó estático, en silencio, no podías escuchar nada de lo que estaba pasando, veías los labios del hombre moverse en cámara lenta No entendías con qué facilidad te habías metido en esa trampa, todavía con la pistola en tu abdomen, y tú apretabas los dientes esperando que en cualquier momento se le disparara el arma.
Fue tan rápido, uno de los meseros que había estado observando tomó la mano del hombre por detrás, forzándolo a levantarla, retirándola de tu estómago, por el forcejeo algunos tiros, no puedes precisar si fueron 2 o 3 o 100, se le dispararon, con una rapidez inaudita el cantinero saltó del otro lado de la barra para ayudar a su compañero a someter al tipo, tú ya estabas caído en el piso debajo de una de las mesas revisándote el cuerpo con ambas manos para saber si no te encontrabas herido, el hombre soltaba improperios en medio de su alucinación alcohólica mientras terminaban de quitarle el arma y sujetarlo para que no escapara.
No supiste cómo fue que la policía apareció de inmediato, tal vez 1 minuto después de los disparos entrando al lugar para verificar qué estaba pasando, seguramente pasaban por ahí y escucharon.
Tampoco por qué a todos los clientes que estaban en el lugar, eran como cinco, se los llevaron a la estación de policía, aunque tú te esforzaste en decir que a ti te habían apuntado y que no habías hecho nada los policías argumentaron que eso se iba a aclarar en la estación, no te esposaron, pero te metieron en el asiento de atrás de la patrulla con otro de los clientes que estaba ahí, huuuuy qué mala onda, nos van a llevar al bote, pero, por qué a nosotros, por culpa de ese pendejo, oye güero, pos qué le dijiste…
No, si el problema, precisamente, fue ese, que tú no le habías dicho nada, o no habías querido decirle nada. Ora si ya nos tocó el sabadazo, aaaaaaah hace mucho que no me tocaba, vamos a salir hasta el pinche lunes mi güero y todo por culpa de ese güey…
Después supiste que tu compañero de patrulla y después de celda se llamaba Rubén, el también se encontraba solo, bebiendo, tal vez por las mismas razones que tú, pero no quisiste profundizar en los detalles de su vida.
No era la primera vez que te metían al bote, era la segunda, pero qué segunda, con disparos y todo. El resto del sábado y el domingo completo estuviste tratando de encontrar la respuesta de cómo había sido posible que te hubieras metido en ese embrollo, que sin duda y de no haber sido por el mesero que le quitó al señor el arma tal vez no le estarías contando a Rubén a qué te dedicabas, qué hacías, por qué estabas en ese bar en la madrugada.
Él te escuchaba con la atención que ponen los niños cuando les estás leyendo un cuento. Rubén era franelero, lavacoches, vivía con una chica que lo dejó por otro y pues andaba triste y se fue a echar unos tragos madrugadores. Sí, te diste cuenta que de alguna manera, cojeaban de la misma pata.
Saliste junto con Rubén hasta el lunes en la mañana. Del hombre de los disparos jamás volviste a saber de él. Regresaste a tu casa y tu compañero estaba que echaba chispas del enojo y la preocupación, tú le contaste todo lo que te había pasado, te miró con ojos compasivos y te dijo que habían llamado de tu trabajo y él les había dicho que estabas dormido porque andabas enfermo, y que definitivamente no podías ir a trabajar.
Tuviste diarrea los tres días siguientes después de salir de la cárcel, no supiste si fue por el bolillo con frijoles que te dieron de comer los policías durante dos días, o había sido por el susto del predicamento en el que te habías metido. Trataste de seguir con ‘tu vida normal’ como si nada hubiera pasado…
Estás acostado en el centro de tu cama, miras el techo, le descubres no sabes cuántas manchas, formas que nunca habías visto, grietas. Será que otra vez no vas a dormir, será cierto?
P.F.